Las Mallquis, también conocidas como momias, representan cuerpos momificados de los gobernantes incas durante el apogeo del imperio del Tawantinsuyo, especialmente en sus últimos períodos. Estos notables individuos eran objeto de un cuidado meticuloso a carga de mujeres designadas, mientras que sus portavoces, dos personas de géneros distintos, se encargaban de comunicar los deseos de la mallqui. Este ente momificado era considerado no solo como un vestigio del pasado, sino como un ser vivo que mantenía una influencia política sustancial en el Estado Inca.
Los incas, máxima expresión del Estado del Tawantinsuyo, equiparables a los monarcas europeos, trascendieron su mero rol político adquiriendo connotaciones religiosas y simbólicas que los elevaban a una representación casi divina, persistente incluso después de su vida terrestre. Esta concepción no solo marcó un hito en la esfera espiritual, sino que también ejerció una profunda influencia en los ámbitos políticos y económicos de la civilización inca.
Considerados como deidades que caminaban en el plano terrestre, los incas eran proclamados como descendientes del Sol, la deidad suprema del Tawantinsuyo. Al asumir el papel de soberanos, adoptaban estrategias de expansión, entre ellas la creación de representaciones a modo de duplicados. Estas representaciones tomaban la forma de estatuillas de oro adornadas con cabello y uñas del propio inca, consideradas como huacas u objetos sagrados. El estatus divino del inca se manifestaba en un cuidado meticuloso de su persona, tanto en su higiene personal como en su dieta.
A pesar de la dedicación extrema a su cuidado, los incas mantenían una buena condición física, evitando la obesidad. La gestión de su apariencia se delegaba a una familia hereditaria encargada de cortar el cabello y las uñas del inca a lo largo de generaciones. Estos cuidadores exclusivos garantizaban la limpieza y el mantenimiento del inca, permitiéndole cambiar de vestimenta diariamente, incluso más de tres veces en algunas ocasiones.
No obstante, este cuidado intensivo se aplicaba solo después de recibir la mascaypacha. Durante su educación, los incas compartían la formación con la élite, participando en ceremonias que marcaban su transición a la adultez y el estatus de guerreros. La elección del próximo inca, fundamental para el destino del Estado, recaía en el último inca regente. Este proceso se basaba en la selección entre los hijos de distintas mujeres del inca. En la sucesión de Huáscar y Atahualpa, ninguno de ellos era la elección obvia, provocando una contienda entre ambos. Además, su juventud fue un factor, aunque menos influyente, en el declive y la confrontación entre los hermanos.
De acuerdo con investigaciones recientes, se ha descubierto que fue el Inca Pachacútec quien dio inicio a la tradición de los mallquis o momias. Este hecho se sustenta en crónicas que relatan su experiencia durante la batalla contra los chancas, donde observaron que estos llevaban a sus antepasados momificados en andas. Es probable que Pachacútec haya adoptado esta práctica, influenciado por la costumbre de llevar a las deidades a la guerra, una práctica común en el mundo andino.
Aunque los mallquis o momias no participaban directamente en las batallas, cumplían una función fundamental. La conversión del cuerpo del inca fallecido en mallqui aseguraba su presencia más allá de la vida y en lugares donde probablemente nunca hubiera estado en persona. Una similar función cumplía las representaciones conocidas como "dobles" o "huaques", esculturas que representaban al Sapa Inca. Estas imágenes fueron enviadas a todas las regiones del Tawantisuyo, sirviendo como una extensión del propio inca al que la población debía rendir culto. En ocasiones, estas representaciones incluían elementos personales del inca, como cabello, uñas o prendas utilizadas en la vida.
Tras la muerte del Sapa Inca, se procedía a la momificación, aunque el proceso exacto aún no se comprende completamente. Se especula que involucraba la aplicación de aceites a base de molle. Se cree que el procedimiento incluía un baño del cuerpo real, seguido de la extracción de la sangre y órganos, colocándolos en pequeñas bancas con el inca sentado y los brazos cruzados. Los ojos eran reemplazados por versiones de oro, y se les vestía con todos los distintivos que llevaban en vida, como la mascaypacha, brazaletes de oro y elaborados trajes tejidos.
Como mencionamos previamente, al ascender al poder, el Inca Pachacutec implementó importantes modificaciones en las leyes que regían la sociedad incaica. Uno de los cambios más destacados fue la disposición de que los gobernantes anteriores ya no debían ser desenterrados para recibir veneración. Este cambio explicaría por qué los primeros gobernantes no contaban con extensas tierras ni sirvientes (yanaconas). Se estima que los cuerpos de estos líderes descansaban en el Qoricancha, representando la dinastía Hurín. La dinastía Hanan, inaugurada por Pachacutec, abrió un equilibrio de poderes entre el Ejecutivo, encabezado por el Inca y la dinastía Hanan, y el Religioso, bajo la tutela de los sacerdotes y la dinastía Hurín.
En consecuencia, los mallquis adquirieron una relevancia política significativa, ya que los incas fallecidos mantenían su dominio incluso después de la muerte. Los herederos que ascendían al trono no recibían herencia de los logros de sus padres, lo que permitía a las familias reales anteriores seguir ejerciendo influencia política y control social. Parte de los tributos y cosechas continuaban siendo enviados a la familia del inca difunto. Además, las hijas de estas familias reales tenían la posibilidad de convertirse en posibles coyas de los incas reinantes.
Los mallquis participaban activamente en ceremonias clave, rituales religiosos, brindis después de batallas y festividades, incluso almuerzos. Los alimentos se quemaban frente a ellos, simbolizando que los mallquis consumían los alimentos espiritualmente. También intervenían en el Huarachico, donde brindaban con los jóvenes que completaban la ceremonia para convertirse en futuros orejones. Una festividad destacada era el Hallamarca Raymi, dedicada a honrar a los muertos y, por supuesto, a los mallquis.
Los descendientes designados por estos mallquis, un hombre y una mujer, actuaron como portavoces, comunicando sus deseos en las decisiones estatales. Simbólicamente, protegían toda su descendencia y tenían influencia en cuestiones como matrimonios, brindando aprobación o desaprobación. Un ejemplo notorio fue Huáscar, quien tuvo que rendir tributo al mallqui del Inca Yupanqui para casarse. Este gesto generó descontento entre los cronistas, ya que Huáscar expresó su opinión en contra de esta costumbre, argumentando que se debía gobernar para los vivos y no para los muertos, lo que provocó el rechazo por parte de las panacas más prominentes
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